La tecnología cada vez ocupa menos. Esa es la razón de que tu móvil sea cada vez más potente, tu ordenador pese menos, tu pulsera cuantificadora mida cada vez más cosas o que el ordenador de 35 euros sea ahora seis veces más potente.
Lo llamemos PostPC o no, ya no hace falta una torre y un monitor. Ni siquiera un portátil, ni un tablet, para estar conectado. Basta con un teléfono móvil de un puñado de euros como los hay a patadas en el mercado.
Me gusta saber qué cambios en qué componentes mejoran ciertos aspectos en los dispositivos que usamos. Todo eso de los nanómetros, los píxels, los núcleos y los megahercios. Incluyendo por supuesto las novedades en el software que te dan nuevas formas afrontar tareas que antes hacíamos de una forma más manual.
La tecnología está aquí para solucionar problemas. Para ser invisible. No para llevarnos por las calles zombies y cabizbajos. Y ojo, no digo que el smartphone no te haga la vida más fácil —o al menos más productiva, aunque por productividad entendamos quién pierde el tiempo más eficazmente—, pero lo que sí parece claro es que el smartwatch todavía tiene recorrido aquí.
Por primera vez la miniaturización es suficiente —o comienza a serlo— y permite que existan dispositivos como Google Glass o los relojes inteligentes; que la utilidad supere a la barrera de usarlos, aunque en el caso del primero esto vaya más por las aplicaciones profesionales.
Llevando esa tecnología cada vez más encima, pasamos de hablar a lo potente que es tal GPU, al debate entre si prefiero un teléfono fino o con nosecuantos días de batería, al de los materiales premium, las sensaciones, e incluso el status.
Doy por hecho que todavía hay muchos que no se han bajado de ese carro, para los que un teléfono gama alta lo es —y será— más cuanto más lo pete en Antutu. Y que conste, no tengo nada que objetar. Hay por tanto una doble cara en la actualidad tecnológica, la habitual y una social que veo más presente que nunca.
Y es que obviamente, todo el mundo no va a vestir cualquier cosa, y el éxito de un producto que cada vez está más a la vista depende de estos ‘intangibles’. Y es lo que tiene, que uno acaba hablando de correas milanesas y cosas de estas.